LA CIUDAD DE LOS HOMBRES AGUA
(Traducción de Silvia Zayas)
He aquí la hora. Punto de encuentro: Iglesia de la Misericordia. Vivimos la temperatura que baja. La noche. Hora de humedad en las orillas del río. El Mondego allí al fondo, alcanzado en el camino que cruza los campos de maíz alto. Todo ese reino de criaturas escondidas en la oscuridad, en el follaje alto. La ciudad pegada a las aguas lentas del río. Ciudad de hojas, de vientos y de estrellas.
Llegan las personas, arrimadas a los muros, en los grupos que murmuran a la espera del camino que van a compartir juntas. Vienen de cerca. Vienen de lejos. Viene gente del teatro y viene gente de la tierra. Se mezclan las geografías para orientar los pasos iluminados por linternas, envueltos por el soplo de instrumentos que se suman a la textura sonora de los animales nocturnos. Comienza el recorrido. En camino de tierra. muros altos de plantación verdosa. Mal vistos entre la penumbra de la media luna. La ciudad de las hojas conduce al grupo hacia el manto dulcemente mecedor de los hombres-agua. Se asoman en melodías animales por detrás del follaje. Se asoman en silbidos que confunden con luciérnagas las conversaciones distraídas de los paseantes. La primera señal de agua reposa en la caña de pescar lanzada al río. El pescador hace teatro, hace de pescador, en alboroto, con el entusiasmo del personaje encontrado por primera vez. Cambió el lugar por los bastidores, en la asistencia técnica y lanza el hilo al primer atisbo de espejismo que surge deslizándose sobre el río. Allí a lo lejos, se avista la primera balsa. Surge el primer hombre-agua. Viene de la ciudad de la oscuridad. Aquella que se pierde en la negritud que la vista no alcanza. Se hace cuerpo en movimiento, en equilibrio precario, encima del pequeño cuadrado de madera. Nilo Gallego les llamo “Pigmeus do Mondego”. Son imágenes que construyen la apariencia de una ilusión, que se hace de la simplicidad de los elementos de la naturaleza habitados por el hombre, el hombre creativo que construye paisajes sonoros y paisajes de revelación  de la mirada. Se componen con el desarmante banal gesto de hacer habitar, por la vida y por la melodía de la música, un lugar natural que los tiempos de la contemporaneidad dejaron abandonados.
La ausencia de la ausencia afirmada en esta presencia tan humana y deliciosamente simple es el gesto que instala, de forma categórica la experiencia poética. El paisaje de la ciudad de los hombres-agua así extrañamente, así tranquilamente habitada por música y por imágenes fugaces, opera en la transformación del sentido del lugar. Le restituye la carga que la historia guardó apenas como memoria. O como olvido.
Se escucharon carcajadas en el Mondego. Por debajo del Puente de Alagoa, canoas navegaron en bandada, como patos, detrás de la gaita de foles que giraba hipnóticamente alrededor de su base. Ocupadas por remeros y músicos locales, algunos de la Banda Filarmónica de Montemor-o-Velho. Las aguas llevan el ritmo nocturno, en constante deriva entre la tempestad y la tranquilidad. La aproximación al silencio, sin llegar a allí exactamente y la aproximación a la catástrofe, al caos, sin llegar exactamente allí, hicieron de estos pigmeos una comunidad temporal con variaciones rítmicas propias. La ciudad de los hombres-agua dibujó a trazos brutos de palos clavados en la tierra la fisonomía de un lugar concreto, Montemor. Es un proyecto casi ofrenda de escucha generosa y sensible del lugar. De construcción de un estar que entra en sintonía con lo que naturalmente existe, como si le restituyera una vida que le pertenece pero que está ausente.
De ahí ese acto performático tan fuertemente poético de creación que instaura una experiencia de ausentar la ausencia. Los elementos escénicos, que añade a lo existente, son iluminaciones sobre una mirada que amplía los sentidos posibles abiertos a la imaginación. Con las balsas, las canoas , los instrumentos y músicos flotantes, el vídeo casi realista y risible sobre el pilar del Puente, o los meros buceos y jugueteos en el agua, se abren las puertas para el mundo que se esconde en la penumbra de la noche, como si buceásemos más allá de lo que los ojos no ven pero en ese movimiento de imaginación no dejáramos de tocar lo humano.
Nilo Gallego escuchó el lugar por las referencias que hizo a la propia historia, a la risa lanzada a las aguas del Mondego que subieron y transformaron todo Montemor en un gran río. Lanzó la risa sobre esos días de tempestad que, cíclicamente, en cada nuevo año, amenazan las tierras de esta ciudad de hojas. Escuchó el lugar al crear las complicidades artísticas entre los músicos e intérpretes y los músicos y los canoístas del lugar. La comunidad provisional se alimenta del encuentro, dentro y en los límites del espectáculo, de todas las comunidades posibles, locales, artísticas y extranjeras. Al final queda ese sonido de caja de música iluminando la visión y la escucha de la implicación atenta que este acto poético, humano, popular, contemporáneo, hecho de sombras, dejó navegando, bajo la neblina nocturna humeante del río.
Claudia Galhós
A cidade de folhas conduz o grupo para o manto docemente embalante dos homens-água. Espreitam em melodias animais por detrás da folhagem. Espreitam em assobios que se confundem com pirilampos as conversas distraídas dos passeantes. O primeiro sinal da água repousa na cana de pesca atirada ao rio. O pescador faz o teatro, faz de pescador, em alvoroço, no entusiasmo da personagem encontrada pela primeira vez. Trocou o lugar nos bastidores, na assistíªncia técnica, e lança a linha para o primeiro vislumbre de miragem que surge a deslizar sobre o rio.
A ausíªncia da ausíªncia, afirmada nesta presença tão humana e deliciosamente simples, é o gesto que instala, de forma categórica, a experiíªncia poética. A paisagem da cidade dos homens-água, assim estranhamente assim tranquilamente, habitada por música e por imagens fugazes, opera a transformação do sentido do lugar. Restitui-lhe a carga que a história guardou apenas como memória. Ou como esquecimento.
Ouviram-se gargalhadas no Mondego. Por baixo da Ponte de Alagoa, canoas navegaram em bando, como patos, atrás da gaita de foles que girava hipnoticamente em redor da sua base, ocupadas por remadores e músicos locais, alguns da Banda Filarmónica de Montemor-o-Velho.
As águas servem o ritmo da noite, em constante derivação entre a tempestade e a tranquilidade. A aproximação ao silíªncio, sem lá exactamente chegar, e a aproximação í catástrofe, aos caos, sem exactamente lá chegar, fizeram destes «pigmeus» uma comunidade temporária com variaçíµes rítmicas próprias. A cidade dos homens-água desenhou a traços brutos de paus cravados na terra a fisionomia de um lugar concreto, que é este de Montemor. É um projecto quase oferenda de escuta generosa e sensível do lugar. De construção de um estar que entra em sintonia com o que naturalmente existe, como se lhe restituísse uma vida que lhe pertence mas que está ausente. Daí esse acto performativo tão fortemente poético de criação instaurar uma experiíªncia de ausentar a ausíªncia. Os elementos cénicos, que acrescenta ao que já existe, são iluminaçíµes sobre um olhar que amplia os sentidos possíveis abertos í imaginação. Com as jangadas, as canoas, os instrumentos e músicos flutuantes, o vídeo quase realista e risível sobre o pilar da ponte ou os meros mergulhos e brincadeiras na água, abre as portas para o mundo que se esconde na penumbra da noite, como se mergulhássemos para além do que os olhos não víªem mas nesse movimento de imaginação não deixássemos de tocar o humano.
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